La esencia de los seguros radica en la cooperación. Los seguros operan bajo el principio de solidaridad, donde todos los asegurados contribuyen, a través de primas, a un fondo común. Este fondo garantiza que, si un miembro sufre un siniestro, pueda recibir una indemnización gracias a la aportación colectiva.
Este concepto no es reciente. En el siglo XVI, en los Alpes, los agricultores formaron sociedades de ayuda mutua para respaldarse en caso de que un niño enfermara o una vaca se perdiera. Sin embargo, mucho antes de ello, en la antigua Babilonia, encontramos menciones del «préstamo a la gruesa ventura» en el Código de Hammurabi, precursor de los seguros marítimos. Los mercaderes chinos, conscientes de los riesgos, distribuían sus bienes entre varios barcos para minimizar pérdidas. Si un barco naufragaba, la pérdida se dispersaba entre muchos, evitando la ruina total de un solo comerciante.
Avanzando en la historia, durante los siglos XVII y XVIII, los gobiernos buscaban financiamiento para sus guerras a través de cuotas ciudadanas. A cambio, garantizaban una renta anual a los contribuyentes hasta su fallecimiento. Hoy en día, esta idea persiste con las aseguradoras modernas. Por una prima, ofrecen coberturas en situaciones variadas como desempleo, enfermedades inesperadas, discapacidad, vejez e incluso muerte.
En resumen, el propósito central de los seguros ha sido, y sigue siendo, ofrecer soluciones y respaldo ante adversidades, evidenciando el poder de la cooperación y solidaridad.